 
						Armando Rivera: el hombre que podría volver a gobernar Querétaro
“La política es el arte de lo posible, pero los grandes líderes la convierten en el arte de lo inevitable.”
Hay políticos que sueñan con el poder, y otros que lo trabajan en silencio. Armando Rivera pertenece a esa segunda estirpe: la de los que entienden que gobernar no es una fantasía electoral, sino una disciplina de estrategia, tiempo y carácter. Su nombre suena cada vez con más fuerza en las calles, en los cafés y, sobre todo, en los pasillos donde se deciden los futuros políticos de Querétaro. Y no es casualidad.
Porque si algo ha demostrado Armando, tanto en la empresa como en la política, es que sabe construir equipos. No los improvisa. Los teje, los forma, los cuida. En una época donde los partidos se devoran a sí mismos en luchas internas, su figura irrumpe como la del dirigente que puede unir lo que otros fragmentaron. Y ese es, quizá, su mayor capital simbólico: la capacidad de convocar sin gritar, de inspirar sin imponer.
De lo deseable a lo posible
En política, lo deseable es el sueño que enciende; lo posible, la ruta que se traza; lo probable, la batalla que se gana con cabeza fría.
Deseable, porque hay un deseo ciudadano de cambio. Un cansancio visible ante la arrogancia de los neopanistas que dejaron de caminar las calles para refugiarse en los despachos. La gente extraña al político que escucha, no al que posa; al que resuelve, no al que administra selfies. En esa nostalgia hay una oportunidad: un anhelo de recuperar la cercanía perdida, la sencillez en el trato y la eficacia sin propaganda. Ese deseo no es una emoción suelta, sino una corriente social que va creciendo bajo el ruido institucional.
Posible, porque Armando tiene algo que pocos conservan en esta etapa de desgaste del poder: legitimidad. Su trayectoria como empresario exitoso y gestor público eficiente lo respalda. No promete milagros, promete método. Y en tiempos de desconfianza, eso vale más que cualquier lema de campaña. Su figura representa orden, resultados y confianza.
Probable, porque las estadísticas —y más allá de ellas, la lectura fina del territorio— permiten construir escenarios reales con posibilidades de triunfo. La aritmética política no se gana en los Excel, sino en el pulso ciudadano. Hoy, ese pulso late más cerca del desencanto panista que de la adhesión. Si lMovimiento Ciudadano logra articular un relato convincente, sustentado en cercanía y gestión, el tablero puede voltearse.
Y aquí Armando Rivera no compite solo por los votos: compite por la confianza, por la idea de que aún se puede gobernar bien sin gritar ni bailar.
Estrategia política: mover las piezas sin romper el tablero
La política queretana atraviesa un ciclo de desgaste del panismo tradicional. Los viejos cuadros ya no tienen hambre, los jóvenes cuadros del PAN no despegan, y la oposición morenista sigue dispersa entre siglas sin alma. En ese vacío emerge Movimiento Ciudadano y a la cabeza Armando Rivera con una virtud que pocos conservan: credibilidad.
Su camino más viable, estratégicamente hablando, es construir una candidatura que no dependa del aparato, sino de la confianza ciudadana. Eso lo coloca cerca de Movimiento Ciudadano, el partido que ha sabido capitalizar el desencanto con los viejos colores. Y la alianza no tendría que ser burocrática, sino simbólica: un pacto narrativo entre el líder experimentado y una generación que busca otro tipo de política.
El ajedrez político de 2027 no se definirá solo por estructuras, sino por relatos. Y ahí Armando tiene ventaja: cuenta con una historia personal que conecta con el orgullo queretano —el del empresario hecho a pulso, el del hombre de familia, el del político que supo retirarse con dignidad y volver con madurez—. En el lenguaje de la narrativa política, eso es oro puro: un relato de redención, liderazgo y propósito.
Estrategia transmedia: del territorio a la pantalla
Hoy, la batalla por Querétaro no solo se libra en las calles, sino también en los algoritmos. Movimiento Ciudadano ha entendido que la política contemporánea necesita una narrativa transmedia: una historia que pueda contarse y sentirse en todos los formatos, ahí entra Armando Rivera.
Esa historia debe recorrer tres territorios simultáneamente:
La calle, donde el contacto directo recupera la confianza ciudadana.
La red digital, donde las emociones viajan más rápido que los argumentos.
La mente colectiva, donde se construye el imaginario de futuro.
Un proyecto transmedia bien diseñado permitiría que su voz llegue a distintos públicos: empresarios, jóvenes, mujeres líderes de barrio, activistas, trabajadores. No con mensajes distintos, sino con un mismo relato contado de formas diversas. Porque la clave de la hegemonía narrativa no es repetir el discurso, sino reescribirlo en múltiples pantallas con coherencia emocional.
Carisma, liderazgo y construcción de hegemonía
En la teoría del poder político, Antonio Gramsci hablaba de la hegemonía como la capacidad de dirigir moral e intelectualmente una sociedad. En esa lógica, Armando no busca el poder por el poder, sino la autoridad legítima que se gana al convencer, no al vencer.
Su carisma no es el del espectáculo, sino el del respeto: un tipo de liderazgo que genera lealtad sin fanatismo. Ese equilibrio es cada vez más escaso en la política mexicana, donde los extremos dominan la conversación.
Si logra articular ese capital personal con una estructura moderna de comunicación y alianzas sociales amplias, lo probable dejará de ser una especulación para convertirse en horizonte. No es un sueño ingenuo: es la lectura fría de un tablero donde el ciudadano busca certezas más que discursos.
La última escena
Imagino la escena: una mañana de campaña, sin estridencias, con la ciudad despertando entre el ruido de los mercados y el murmullo de los cafés. Armando Rivera camina por una calle de San Francisquito, se detiene a saludar a una comerciante, se ríe con un niño que le ofrece una flor hecha de papel. No hay cámaras, no hay guion. Solo un gesto genuino que, en su sencillez, revela la esencia del liderazgo político: la capacidad de mirar a los ojos sin prometer lo imposible.
Porque en el fondo, el poder no se conquista: se merece. Y cuando un líder combina experiencia, carisma y propósito, el futuro deja de ser incierto. Armando Rivera puede llegar al municipio de Querétaro.
Y lo que hace meses parecía deseable, hoy suena posible.
Lo probable, como todo en política, dependerá de si el relato logra enamorar antes de que el sistema intente apagarlo.
 
                             
                         
									
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