Claudia Sheinbaum: Cooperación hemisférica y soberanía simulada - 1
Claudia Sheinbaum: Cooperación hemisférica y soberanía simulada

Claudia Sheinbaum: Cooperación hemisférica y soberanía simulada

Para el presidente Donald Trump, México no es el objetivo, es la herramienta. La visita del secretario de Estado, Marco Rubio, tuvo como objetivo obtener la cooperación del gobierno mexicano en sus planes de seguridad para el continente. Rubio, al hacer que la presidenta Claudia Sheinbaum firme un acuerdo de seguridad con el gobierno de los Estados Unidos, no realiza un gesto protocolario ni una foto de diplomacia antidrogas; es el mecanismo mediante el cual Washington convierte a México en un nodo de control logístico, financiero y judicial para ordenar el tablero hemisférico, someter a prueba la resiliencia de sus redes ilícitas y proyectar poder —indirecto, reversible y medible— sobre las otras dos potencias regionales: Venezuela y el núcleo BRICS, Brasil.

El diseño de esta secuencia pasa por dos vectores: política militar, en la que el senador Ted Cruz se encarga de endurecer el clima político, instalando la narrativa sobradamente verosímil de un “narcoestado” para así reducir el margen de maniobra de México; mientras que, por otro lado, Rubio actúa como interlocutor diplomático que, si bien presiona con expedientes y amenazas de abrir procesos judiciales, también ofrece una salida digna: un acuerdo binacional de seguridad. Dicho acuerdo ata al gobierno mexicano a resultados verificables, evitando zonas grises y obligando a la presidenta a elegir entre cooperación operativa o exposición pública. Hasta el momento, las amenazas de Washington eran simulación con márgenes; ahora hay firmas y ritos entre Estados, condicionalidad con métricas: sanciones, revocación de visas, filtraciones judiciales y coordinación con el Congreso para exhibir expedientes si es necesario.

Los dos tensores que Trump usará en México son: el primero, de acciones públicas, con repercusiones en cooperación y retórica de soberanía; mientras que, en privado, escalarán las medidas de coerción regulatoria y cumplimiento del acuerdo de seguridad firmado por la presidenta. La diferencia importa poco cuando las palancas —aranceles, visas, inspección, listas OFAC/FinCEN— son de rápida ejecución y alta reversibilidad.

¿Por qué México es tan importante para Trump? Porque es el eslabón débil y, al mismo tiempo, el multiplicador de fuerza entre las potencias regionales del continente, por su proximidad, dependencia estructural al T-MEC y sus cadenas productivas; sus ventajas logísticas, como el control de puertos del Pacífico y accesos del Golfo; así como por su trazabilidad financiera y capacidad de disrupción regional sin despliegue militar directo. Condicionar a México produce el mayor retorno geopolítico al menor costo de escalada; es decir, presionar a México rinde más que escalar en Caracas (que ya escaló, lo cual demuestra las ambiciones de Washington) o abrir un frente frontal con Brasil.

El marco de acción de la estrategia hemisférica es explícito y se mueve en tres fases: la primera fase (0–3 meses) sobre México, con acuerdos ejecutivos y KPIs verificables como control de precursores de manufactura de drogas, control de armas, extradiciones y tiempos de respuesta a solicitudes, más mensajería de “soberanía cooperativa” con métricas públicas trimestrales; la segunda fase (3–9 meses) de presión indirecta a Venezuela, ensayos de ejercicios militares marítimos, sanciones moduladas por desempeño y disrupción cibernética; y, finalmente, la tercera fase (6–18 meses), cuyo objetivo es la contención regulatoria a Brasil, privilegiando estándares, trazabilidad y compras públicas, y reservando aranceles específicos solo ante desalineación material. Hay muy poca retórica en estas operaciones militares y diplomáticas; estamos presenciando un plan geopolítico con umbrales y rutas de desescalamiento técnico de los BRICS en el hemisferio. ¿Nadie advirtió que Sheinbaum cedió a las presiones arancelarias en contra de China como parte del acuerdo de seguridad?

La ventana es deliberadamente corta para romper la inercia, elevar costos de no cooperación y producir señales disciplinarias hacia el resto de la región. Antes se negociaba tiempo; ahora se miden resultados. El escalamiento de las presiones a México es evidencia de que la secuencia ya se mueve a la segunda fase, tras el cumplimiento de las demandas. Aunque Sheinbaum, argumentando cuestiones de gobernabilidad, mantiene temporalmente fuera de las acciones de seguridad a los actores de primer nivel, como gobernadores y empresarios vinculados a la narcopolítica. No obstante, el contenido operativo ya está en marcha en el terreno narrativo y administrativo: tropas en la frontera, amenazas arancelarias, designaciones de cárteles como organizaciones terroristas, revocación de visas, extradiciones y detenciones masivas, incluso sin proceso formal.

En los últimos nueve meses: más de 30 mil detenciones, reducción de homicidios, más incautaciones y menos cruces ilegales. Sin embargo, el fentanilo sigue cruzando y la falta de métricas claras deja abierta la puerta para que Washington mueva la portería según sus prioridades. Entre la defensa pública de la “soberanía” y la cooperación técnica de facto, el costo político lo fija quien define el umbral de cumplimiento, y ese umbral lo define el presidente Trump.

El dilema interno del gobierno de Sheinbaum está descrito con brutal simpleza: ofrecer “cabezas intermedias” para sostener la gobernabilidad o exponerse a que Washington suba el costo con expedientes de primer nivel. Si México no cumple con los objetivos de seguridad, el problema dejará de ser semántico y pasará a ser de ejecución: nacionalismo reactivo, captura regulatoria y desalineaciones federación-estados como fricciones domésticas que ni Sheinbaum ni nadie de su entorno están preparados para gestionar. Entre la retórica pública y las mesas operativas, el margen soberano se achica cuando el punto de control es técnico y el calendario es trimestral.

Comentarios