
Claudia Sheinbaum y El Estado de Simulación
En términos académicos, el Estado de bienestar presupone que una democracia liberal debe proveer todos los satisfactores de vida para su población. Esta teoría política, que se extendió por toda Europa tras la Segunda Guerra Mundial, se implementó como mecanismo de contención dentro de los sistemas democráticos tanto para disciplinar a los actores comunistas internos como para bloquear la expansión del imperialismo soviético. Esta configuración terminó por fijar la frontera conceptual entre la izquierda y la derecha hasta nuestros días.
Hoy en día, es sólo un símbolo cultural usado por actores sociales que buscan desmontar los gobiernos basados en un esquema de orden, deberes y libertades, para reemplazarlos por regímenes de reparto condicionado estructural: el voto-despensa mexicano es el ejemplo más grotesco. Pero el “bienestar” del gobierno creado por Morena no es continuidad ni corrección de aquel modelo fallido, es una simulación diseñada para neutralizar a las clases medias y a los sectores de la población con educación formal, incapaces de alarmarse y coordinarse frente a la descomposición del Estado y la captura patrimonial del poder.
Incluso en un Estado de bienestar funcional, los contenidos, parámetros y estructuras operativas están orientados a mantener el equilibrio social, un sistema económico y una idea más o menos compartida de orden. Pero bajo el gobierno creado por Morena, los símbolos y demás dispositivos de control no buscan sostener la institucionalidad: su función es secuestrar cada aspecto de la vida pública y reemplazarla por escenografías conceptuales —o teatros operativos— que expanden la simulación. No se trata de gobernar al Estado existente, sino de sustituirlo por una estructura paralela diseñada para administrar la dependencia de la población y consolidar el poder patrimonial de una oligarquía creada al margen del Estado.
El gobierno creado por morena, vive —y nos obliga a vivir— en una realidad simulada que oculta la materialidad del poder mediante símbolos cuidadosamente diseñados. El concepto de Bienestar, en la percepción de la población, se convierte en misión crítica, porque los significados emocionales de reivindicación, venganza y reparto del botín —construidos por el anterior presidente— empiezan a vaciarse de contenido frente a las crisis plenamente documentadas de inseguridad, desvío de recursos masivo y tragedias causadas por negligencia.
Simulación y negación metodológicas
Resulta predecible que, como consecuencia de la incapacidad de la presidenta y de su partido para sostener la gobernabilidad y la estabilidad política dentro de los márgenes de la política formal, se acelere la incorporación desordenada de cuadros con menor talento y nula calidad técnica dentro de las estructuras del Estado. La simulación, por definición, exige un control cada vez más rígido; pero esa presión produce un efecto inevitable: en los sistemas cerrados, los sujetos que se integran bajo la bandera de una causa terminan protegiéndose entre sí, blindando errores y multiplicando la mediocridad hasta volverla norma.
La presidenta Sheinbaum enfrenta pérdida de control narrativo, debilidad institucional y márgenes preocupantes de autonomía política. Aparece como rehén de agendas paralelas: no controla las filtraciones internas, sostiene a un gobernador insostenible y niega ante Washington la evidencia de su propia necesidad de deslinde. Mientras la Fiscalía, la Marina y la embajada estadounidense envían señales de distancia respecto a AMLO —con filtraciones sobre “La Barredora” y la red de huachicol fiscal de Adán Augusto López—, ella se aferra públicamente al expresidente y multiplica la sobreprotección de cualquier personaje mínimamente relacionado con él y con su familia, reduciendo aún más su margen de maniobra y profundizando la dependencia que pretende negar. La paradoja estratégica es evidente: para sostener cohesión interna se aferra al obradorismo, pero al hacerlo pierde toda capacidad de legitimidad externa.
En tan sólo dos semanas, Sheinbaum transitó a un modo absoluto de defensa, incluso frente a eventos que podrían haber reforzado su posición, como el rechazo a los halagos del embajador Johnson. Al convertir cada declaración pública en una negación de la realidad —investigaciones ya públicas, miles de funcionarios vinculados con cárteles, decenas de visas canceladas a integrantes de su partido— consolida la percepción de que gobierna con poderes fragmentados y sin control sobre las instituciones de seguridad.
Washington seguirá calibrando la utilidad de Sheinbaum como interlocutora real. El margen de diferenciación ya fue abierto por Johnson con elogios; si ella insiste en negarlo, crecerá la presión con más sanciones, más filtraciones y mayores condicionamientos comerciales.
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