El gobierno que silencia porque no quiere escuchar - 1
El gobierno que silencia porque no quiere escuchar

El gobierno que silencia porque no quiere escuchar

El gobierno que silencia porque no quiere escuchar

La Ciudad de México volvió a mostrar su rostro más oscuro. Ese que el gobierno niega, pero que todos vimos. Ese que se despliega cuando la gente sale a exigir lo que por Constitución le pertenece: seguridad, justicia, respeto. Y la respuesta es un cerco, un escudo, un puño.

Punto y aparte.

Miles caminaron con la misma consigna: no más violencia. No más indiferencia. No más gobiernos escondidos detrás de cifras a modo. Las calles se llenaron porque era necesario, porque el silencio ya pesa demasiado, porque cada caso ignorado construye otro muro de desconfianza entre ciudadanos y autoridad.

La presencia policiaca no fue preventiva. Fue intimidatoria. La orden no parecía ser acompañar. Era contener, sofocar, ahogar cualquier gesto que recordara que la gente está cansada. Lo vimos en las vallas superiores a las del 8M. Lo vimos en los bloqueos innecesarios. Lo vimos en los empujones que no deberían existir en un país que asegura respetar el libre tránsito.

Pero nada mostró mejor el desgaste institucional que la escena de la joven golpeada por policías cuando intentaba encontrar a su familia. No confrontaba. No destruía. No agredía. Sólo preguntaba. Sólo buscaba. Sólo quería caminar. La respuesta fue brutal, desproporcionada y, sobre todo, innecesaria. Golpear a quien está perdido sintetiza el fracaso político mejor que cualquier discurso.

Punto y aparte.

El gobierno capitalino insiste en que todo marcha con normalidad. Que los reclamos son exagerados. Que la protesta es manipulación. Es la línea oficial. La escuchamos cada vez que hay una manifestación que incomoda. La repiten como si el desgaste social fuera un invento, como si la irritación colectiva se hubiera fabricado en un laboratorio.

Pero la gente no salió a las calles por capricho. Salió porque la inseguridad ya no cabe debajo de ninguna alfombra. Salió porque después de cada crisis les dicen que todo está controlado, aunque nadie lo cree. Salió porque los abusos policiacos no se corrigen. Porque el gobierno promete escuchar, pero cuando la gente habla, le sube el volumen al escudo, no a la atención.

Punto y aparte.

Lo que ocurrió ayer dejó claro que hay una política pública no escrita, pero evidente: minimizar, reducir, diluir toda expresión ciudadana que señale el desgaste del poder. No se trata de garantizar derechos sino de administrar inconformidades para que no crezcan. Para que no ocupen titulares. Para que no alteren la narrativa de “todo va bien”.

Esa minimización sistemática se nota en el discurso oficial que recorta cifras, que niega abusos, que acusa tintes políticos donde sólo hay hartazgo. Se nota en los comunicados que hablan de “grupos aislados” cuando las marchas son masivas. Se nota en cada intento por convertir la protesta en estorbo en vez de verla como síntoma del país real. El país que no aparece en los informes.

La capital parece más interesada en controlar la imagen que en resolver la raíz del problema. Si algo molesta, se oculta. Si algo incomoda, se encapsula. Si alguien se queja, se acusa de manipulación. Y así, mientras la autoridad se ocupa de contener, la violencia crece, la impunidad avanza y la confianza se desgasta a una velocidad que ya nadie puede ignorar.

Punto y aparte.

No es casualidad que las calles se llenen mientras los gobernantes se esconden detrás de vallas. No es casualidad que haya más escudos que soluciones. Más policías que resultados. Más operativos que investigaciones serias. La autoridad está convencida de que el problema no es la inseguridad, sino quienes la denuncian.

Y ahí está el punto donde todo se rompe.

Porque un gobierno que no busca el origen de las insatisfacciones, sino que se dedica a silenciar a quienes las expresan, renuncia a su propia función pública. Renuncia a entender la realidad. Renuncia a su ciudadanía. Renuncia a la posibilidad de corregir. Si el poder sólo quiere callar, no gobernar, entonces lo que viene no será orden. Será un vacío.

Y ese vacío ya empezó a caminar entre nosotros.

Punto final.

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