El Miedo a Politizar: Silencio y Poder en la Democracia Contemporánea
“Sin debate, la democracia se vacía; politizar es el acto más legítimo de participación ciudadana.”
En este artículo analizaremos con Mirada Crítica cómo el miedo de los políticos a la politización de los temas y la discusión de sus decisiones políticas refleja una peligrosa tendencia: el intento de silenciar el debate público. Este fenómeno, cada vez más recurrente en las democracias contemporáneas, no solo vulnera los principios democráticos fundamentales, sino que también pone en juego la legitimidad misma del poder político.
El tabú de la politización: ¿obstáculo o esencia democrática?
En el discurso político actual, el término “politizar” se ha convertido en un estigma. Lejos de ser entendido como una práctica natural y necesaria en democracia, se ha asociado con connotaciones negativas, como la manipulación o el partidismo. Este uso desvirtuado del concepto desactiva el debate político y protege las decisiones gubernamentales de la crítica ciudadana, sugiriendo que quienes cuestionan al poder lo hacen de manera ilegítima.
Sin embargo, la politización, en su sentido más puro, es un ejercicio esencial de la democracia. Como señala Monedero (2022) en El gobierno de las palabras: Política para tiempos de confusión, politizar implica someter decisiones públicas al escrutinio colectivo, confrontar perspectivas y articular visiones diversas sobre el futuro común. Negar este proceso significa reducir la política a un monólogo, restringiendo el espacio para la participación ciudadana y debilitando la calidad del régimen democrático.
Miedo al debate: la trampa del poder autorreferencial
El miedo a la politización está íntimamente ligado al temor de los políticos a perder legitimidad. En muchos casos, quienes ostentan el poder optan por etiquetar los cuestionamientos como “politización” para evitar el escrutinio público. Esto evidencia una visión limitada del poder, entendido más como control que como responsabilidad.
Maquiavelo (1513/2021), en El príncipe, ya advertía que un líder que gobierna sin aceptar críticas está destinado a la caída, pues la legitimidad no emana únicamente del control del poder, sino del respaldo continuo de la ciudadanía. Evitar la politización equivale a aislarse de la realidad social, debilitando la capacidad del gobierno para adaptarse y responder a las demandas populares.
La narrativa como herramienta de control
En las democracias contemporáneas, las narrativas políticas son utilizadas no solo para construir consensos, sino también para deslegitimar el debate. La etiqueta de “politizado” actúa como un mecanismo de descalificación en la esfera pública, especialmente en las redes sociales, que se han consolidado como la nueva plaza pública. Iglesias (2019), en Ganar o morir: Lecciones políticas en Juego de Tronos, destaca que las narrativas del poder buscan moldear la percepción ciudadana, minimizando el disenso y enmarcando las críticas como actos oportunistas o carentes de fundamento.
Este fenómeno se agrava en la era transmedia, donde el escándalo político y el control narrativo moldean la percepción pública. González (2024), en El shock del escándalo político, explica cómo las élites políticas utilizan estrategias discursivas para desviar la atención de temas cruciales y evitar debates incómodos, protegiendo así su posición en el juego del poder.
Legitimidad en riesgo: el costo del silencio
El rechazo a la politización tiene consecuencias profundas para la legitimidad democrática. Cuando los gobiernos evitan el debate político, socavan la confianza ciudadana en las instituciones, erosionando los lazos que sostienen el contrato social. En este sentido, politizar no solo es necesario, sino indispensable para revitalizar la democracia y garantizar que las decisiones políticas reflejen el interés colectivo.
El debate político, como proceso continuo de confrontación de ideas, no debilita la democracia; la fortalece. Políticos que rehúyen la crítica pública están condenados a gobernar en una burbuja, desconectados de las preocupaciones reales de la ciudadanía. La legitimidad, como bien apunta Monedero (2022), no es un estado estático, sino un proceso dinámico que requiere transparencia, deliberación y rendición de cuentas.
Conclusión: politizar como acto democrático
Politizar no debe ser visto como un acto destructivo, sino como un ejercicio fundamental para la construcción de sociedades más justas y democráticas. Lejos de temerle, los gobiernos deberían fomentar la politización como una práctica que refuerza la legitimidad y permite el ajuste de las políticas públicas en función de las necesidades ciudadanas.
En una democracia, el verdadero poder no radica en silenciar el debate, sino en gestionarlo de manera inclusiva y constructiva. La capacidad de un gobierno para aceptar y responder a la crítica es la medida última de su legitimidad. En lugar de evitar la politización, debemos reivindicarla como un derecho ciudadano y un deber democrático.
La democracia no muere por exceso de debate, sino por la ausencia de él. Si queremos proteger nuestras instituciones y fortalecer la confianza pública, debemos politizar los temas y las decisiones políticas, asegurando que el poder no se ejerza de manera autorreferencial, sino como un mandato genuinamente representativo.
Referencias
González, B. (2024). El shock del escándalo político: La estrategia del poder en la era transmedia. Editorial AZPOL Comunicación.
Iglesias, P. (2019). Ganar o morir: Lecciones políticas en Juego de Tronos.
Maquiavelo, N. (1513/2021). El príncipe.
Monedero, J. C. (2022). El gobierno de las palabras: Política para tiempos de confusión.
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