
Estigmatizados: Una herida en la historia humana
Culpables sin juicio, condenados sin redención.
Si Dios no hace acepción de personas, ¿por qué el hombre sí?
Si la divinidad abraza a todos sin juicio, ¿por qué etiquetamos, señalamos, condenamos y marginamos a quienes consideramos distintos, a quienes piensan diferente, a quienes tuvieron una historia, un pasado, una lección de vida?
La respuesta no está en una simple sombra de nuestra historia, sino en una conspiración activa y continúa perpetrada por los que ostentan el poder y por los que dicen ser la voz del pueblo.
La estigmatización no es un mero fenómeno, sino la herramienta deliberada utilizada por políticos, gobiernos e instituciones para mantener el control, suprimir la disidencia y justificar la desigualdad.
Desde la persecución de los leprosos en la Edad Media, abandonados a su suerte por la Iglesia y el Estado, hasta la segregación que dejó la sangre y el sufrimiento de millones, los muros siguen en pie, reforzados por la complicidad de quienes deberían derribarlos.
No es una herida en la historia: es una herida abierta que sangra en el presente, y los responsables se lavan las manos como Poncio Pilato cuando se declaró inocente de la muerte de Jesús.
Sistema y sociedad: las marcas que nos definen
¿Por qué el sistema nos marca desde la infancia? ¿Por qué la política y la economía refuerzan esas marcas multiplicando la desigualdad?
¿Por qué el género, la orientación o la condición económica determinan lo que podemos merecer?
El sistema, en lugar de protegernos, nos encasilla en categorías que limitan. Nos convierte en números, en estadísticas, en piezas desechables dentro de una maquinaria que solo busca el beneficio de unos pocos.
La sociedad, manipulada, refuerza estas categorías. La injusticia se perpetúa con normas y expectativas que nos impiden ser auténticos y libres, que nos obligan a conformarnos, a callar y a obedecer.
Testimonio 1: Me violaron y me culparon por ello. Me trataron como si fuera basura, como si mi cuerpo fuera un objeto para usar y despreciar. Se burlaron de mí. ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está la humanidad?
¿Queremos una sociedad que culpa a las víctimas y las revictimiza por existir? ¿Que las condena al silencio y al olvido? ¿Una sociedad donde el cuerpo de una mujer es un campo de batalla donde se libran guerras de poder y control, donde se utiliza, se explota, se desecha como si no tuviera valor?
¿Dónde quedó el sistema que debía protegernos, la sociedad que debía respetarnos, la justicia que debía ampararnos?
Medios y redes: ¿quién les dio permiso para abusar del poder de la información?
Los medios no estigmatizan con sutileza, sino con campañas sistemáticas de desinformación.
Reproducen personas como caricaturas grotescas, dignas de ser odiadas y temidas. Deshumanizan. Reducen a etiquetas y estereotipos: delincuentes, vagos, enfermos mentales, terroristas, corruptos. Les niegan su individualidad, su humanidad, su derecho a ser comprendidos y respetados.
Las consecuencias de esta violencia simbólica son tangibles: suicidios, discriminación, exclusión, linchamientos digitales, vidas destruidas.
La pretendida neutralidad no legitima: enciende, alimenta y justifica el odio. Los convierte en cómplices activos de la opresión y la injusticia.
Testimonio 2: Me atacaron públicamente, me difamaron, me ridiculizaron, mintieron sobre mí. Manipularon mis imágenes y trataron de silenciar mi voz. Cada publicación era una puñalada, cada comentario un escupitajo, cada like una aprobación a mi destrucción. Me sentí vulnerable, expuesta, aterrorizada, completamente sola en medio de una tormenta de odio masivo de personas que ni me conocen.
¿Cómo puede la opinión amplificada de unos pocos psicópatas sedientos de atención, y de medios avivados por los clics, decidir la vida y reputación de alguien?
¿Dónde queda la ética, esa palabra vacía que los medios invocan para justificar sus peores atrocidades? ¿Cómo permitimos que el sufrimiento humano se convierta en espectáculo rentable, que se premie la crueldad y se castigue la compasión?
¿No es hora de exigir a los medios, a las redes y a las plataformas sociales que rindan cuentas por su papel en la propagación de la violencia?
Espiritualidad y ética: la hipocresía sagrada, blasfemia cotidiana
“Dad a Dios lo que es de Dios” significa amor incondicional, compasión infinita, respeto absoluto por la dignidad humana.
“Al César lo que es del César” implica leyes justas, normas equitativas y gobiernos al servicio del pueblo.
¿Cómo osamos legitimar la estigmatización, la opresión y la exclusión en nombre de la moral, la religión o la tradición?
Ay de aquellos que, con la Biblia en una mano y el látigo en la otra, pretenden hablar en nombre de Dios mientras convierten la fe en un instrumento de control, sumisión y poder.
Si cada ser humano refleja lo divino, si cada alma es un templo sagrado, ¿no profanamos lo más sagrado cuando condenamos y marginamos, cuando juzgamos y castigamos por ser o pensar distinto, cuando negamos a nuestros semejantes el derecho al libre albedrío?
La estigmatización no solo es una ofensa a la dignidad humana: es una blasfemia contra la divinidad misma. Una traición a los principios éticos y espirituales que deberían guiarnos.
Abuso y revictimización: el silencio roto y el dolor explotado
Testimonio 3: Mi padre me abusó toda mi infancia. Me dijo que era un secreto. Crecí con miedo y vacío. Cuando busqué ayuda, me revictimizaron con morbo y estigmatización.
¿Cómo se puede perdonar lo que roba inocencia y confianza, mientras la sociedad insiste en culpar y silenciar?
El abuso sexual infantil es un crimen que deja heridas profundas y duraderas. La revictimización por parte de la sociedad y las instituciones agrava el sufrimiento y perpetúa el ciclo de violencia.
Pero hay una dimensión aún más oscura: la explotación del dolor. En un mundo donde la atención es moneda de cambio, el sufrimiento de las víctimas se convierte en producto rentable para medios, plataformas y redes sociales.
La difusión de información personal sin consentimiento es una forma de violencia que causa un daño incalculable. La revictimización se multiplica cuando los medios reproducen esta información sin escrúpulos, alimentando el morbo y perpetuando el estigma.
¿Dónde queda la ética cuando se prioriza el beneficio económico sobre la dignidad humana? ¿Cómo podemos exigir cuentas a quienes explotan el dolor y lo convierten en negocio?
Estigma laboral: el talento despreciado, vidas rotas
¿Cómo despreciamos talento y potencial por prejuicios que se extienden a la edad, la reputación, las etiquetas y la experiencia?
En el ámbito laboral, el estigma se agrava por múltiples factores. La reputación dañada por difamación o exposición pública se convierte en una carga imposible de limpiar. Las etiquetas se transforman en grilletes más pesados que cualquier falta real. La vida queda eclipsada por el estigma, impidiendo acceder a oportunidades.
Testimonio 4: Soy un adicto en recuperación. Tengo 45 años. Perdí mi trabajo después de 20 años en la misma empresa y luego fui difamado públicamente. Me llaman vicioso, drogadicto y ahora también mentiroso y manipulador. Perdí oportunidades de empleo por las etiquetas, pero lucho cada día por mi sobriedad y por demostrar que puedo ser valioso. ¿Por qué me juzgan por mi pasado y no por mi presente? ¿Por qué por rumores y no por mis acciones?
¿Quién responde por el aislamiento y la desesperanza que genera la condena social? ¿Dónde está el gobierno de la inserción social? ¿Dónde están los medios que hablan de segundas oportunidades?
Prejuicio y política: el arte de la corrupción humana
¿Cómo los políticos, en una muestra obscena de oportunismo, usan al otro —al inmigrante, al pobre, al enfermo— para dividir, manipular y aferrarse al poder sin importar el costo humano?
¿Quién paga el precio? La respuesta es clara: los marginados, los vulnerables, los inocentes, los pobres.
La política, lejos de ser instrumento del bien común, se ha transformado en un mecanismo brutal donde el beneficio de una élite se construye sobre la opresión de la mayoría. El miedo y el hambre se vuelven armas estratégicas. El gobierno, en lugar de proteger, se convierte en cómplice activo, promulgando leyes injustas, recortando servicios, criminalizando la pobreza.
Testimonio 5: Soy un exconvicto. Pagué mi deuda con la sociedad, pero el sistema no me perdona. Me cierran puertas, me niegan la oportunidad de rehacer mi vida. ¿Acaso mi error me define para siempre? ¿Está diseñado el sistema para que quienes caemos una vez no nos levantemos nunca?
¿Quiénes son los verdaderos criminales? ¿Los que cometieron un error y pagaron por él o los que perpetúan un sistema que destruye vidas sin piedad?
Conclusión
El estigma duele, divide, limita, destruye.
Se incrusta en familias, instituciones, leyes, políticas, medios, redes, gobiernos. No hay excepción. Cada puerta cerrada, cada oportunidad negada, cada reputación destruida evidencia que los sistemas fallan y los humanos también.
Y el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra.
El tiempo de promesas terminó: lo que queda son hechos. Cuando la injusticia se normaliza, el silencio se convierte en complicidad.
Cada sector laboral, institucional, gubernamental, social será responsable de los efectos de cada estigma.
Estigmatizar es el arte humano.
Confrontarlo es un deber urgente.
Porque el dolor no espera. La dignidad no espera. La justicia no espera.
Victoria Aburto
Columnista. Aquí, donde la herida humana no se maquilla y el dolor no se silencia. En Contracara, donde la moral no se alquila, la conciencia no se compra y la palabra no se vende.
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