
La insurgencia naranja: Cuando la calle se vuelve estructura
“Las campañas no se ganan con discursos, sino con organización. La estrategia es la ciencia de transformar el territorio en voluntad política.” Joseph Napolitan
Armando Rivera camina sin hacer ruido, pero el eco de sus pasos comienza a sentirse en la capital queretana. En una ciudad que huele a drenaje colapsado y a desánimo político, el color naranja empieza a abrirse paso entre los muros azules. No es casualidad. Movimiento Ciudadano (MC) está leyendo con precisión el momento político: el PAN desgastado, Morena sin articulación territorial real, y un electorado cada vez más hastiado de los discursos de eficiencia que no arreglan los baches.
El tablero político de Querétaro se ha movido. La hegemonía panista, otrora incuestionable, enfrenta una erosión silenciosa. La capital, su bastión histórico, hoy se siente más como un territorio huérfano que como un espacio de poder consolidado. Las lluvias no solo dejaron calles destruidas: dejaron al descubierto un sistema de gobierno que perdió conexión con su base social. Y ahí, entre el lodo, surge una oportunidad: construir desde abajo, desde la molestia ciudadana convertida en energía política.
El arte de convertir el desánimo en territorio
La teoría política enseña que las crisis de representación abren las puertas a nuevas hegemonías. Gramsci lo definía como el momento en que “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer”. Ese es exactamente el punto donde Armando Rivera está plantando bandera. Movimiento Ciudadano no parte de la estructura, sino del vacío que deja el poder cuando se encierra en oficinas.
El reto es monumental: pasar del 6% al 28% en un año. Pero la historia reciente enseña que la estructura territorial no se mide en oficinas rentadas ni en lonas colgadas, sino en vínculos reales con la gente. Armando Rivera conoce ese mapa de dolores: los colonos que reclaman el drenaje pestilente, los vecinos que barren la calle porque el camión no pasó, las madres que caminan con miedo por banquetas oscuras. Es ahí, en ese territorio del abandono, donde nace la posibilidad de una insurgencia política.
El poder de la calle
En la era de la hiperconectividad, la calle y las redes ya no son mundos separados: son dos caras del mismo tablero. La fuerza de Armando está en haber entendido eso. Trae jóvenes que saben que la política no se gana solo con mítines, sino con algoritmos. Que el voto se emociona antes de razonarse, y que la narrativa digital puede hacer lo que antes hacía el mitin: mover cuerpos y voluntades.
Aquí entra en juego el storyselling político: no se trata solo de contar una historia, sino de vender una emoción compartida. MC ha comprendido que la gente no compra programas, compra esperanza. Cada video, cada post, cada mensaje debe conectar con una herida real del ciudadano. La indignación se transforma en relato, y el relato en movilización. Es el poder del símbolo y del lenguaje.
En ese sentido, Armando Rivera está construyendo una narrativa emocional de pertenencia. “No soy político, soy queretano como tú”, podría ser el eslogan no dicho. Y eso funciona porque interpela desde la experiencia, no desde el cargo. La autenticidad, en tiempos de saturación mediática, es el nuevo oro político.
MC está levantando una estructura que no se parece al viejo clientelismo, sino a una red viva: mujeres que coordinan brigadas ciudadanas, jóvenes que organizan colectivos, vecinos que transforman quejas en acción. La clave está en el contacto, en la presencia, en el territorio. En no delegar la calle a los operadores panistas ni a los comités de siempre. En reconquistar lo político como espacio de encuentro.
Y es que mientras el panismo municipal se desangra en su propia soberbia, el ciudadano observa, compara y decide. Las fotos de los secretarios municipales entregando apoyos contrastan con la experiencia real de un gobierno que no responde. En ese contraste se construye la oportunidad. No hay narrativa más poderosa que la percepción de abandono.
La nueva aritmética del poder
Toda estrategia territorial es, en el fondo, una estrategia emocional. No se trata solo de sumar votos, sino de multiplicar significados. Armando Rivera entiende que en Querétaro la mayoría electoral no está en los despachos: está en las mujeres y los jóvenes. Son ellos quienes pueden darle cuerpo y alma a un nuevo proyecto político.
Las mujeres, hartas de la simulación institucional, están asumiendo el liderazgo en las colonias. Ellas saben organizar, convocar, escuchar. Son el corazón logístico de cualquier movimiento político serio. Los jóvenes, por su parte, son la nueva milicia simbólica: saben usar la cámara, el meme, el TikTok y la ironía como armas políticas. La batalla no es solo territorial, es cultural.
Y cuando el poder tradicional ignora a estas mayorías, deja un vacío que alguien ocupará. MC está aprendiendo a hacerlo no desde la confrontación ideológica, sino desde la cercanía. La calle como espacio de escucha. La red como espacio de contagio. Y el liderazgo como una forma de acompañamiento, no de imposición.
El liderazgo que emerge del desgaste
En política, los liderazgos auténticos no se decretan: emergen del desgaste del sistema. Rivera representa precisamente eso: un liderazgo que no necesita ruido para ser visible. Que no busca pleito, pero tampoco lo evita. Su asistencia al informe de Felifer Macías en el auditorio Josefa Ortiz fue una jugada de alta lectura: mostró que no hay ruptura personal, pero sí distancia estratégica.
Porque la política no se trata de enemistades, sino de relevos. Y el panismo queretano, encerrado en su burbuja de élite, parece no haber entendido que los relevos ya comenzaron. Movimiento Ciudadano no está quitando votos, está recogiendo los fragmentos de una esperanza rota.
La calle tiene memoria
Hay un rumor que corre entre las banquetas y los tianguis: “ya nadie escucha, pero todos observan”. Ese rumor es el termómetro político más preciso. El ciudadano no necesita encuestas para saber quién camina con él y quién solo aparece para la foto. En ese silencio cotidiano, Movimiento Ciudadano empieza a tejer su estructura.
En el 2026, Querétaro verá una batalla política, territorial y ciberpolítica que marcará un antes y un después. No será solo una elección, será la ruptura simbólica de una hegemonía panista que dominó por años. En la calle, en las redes y en los corazones, se librará una guerra por el sentido de futuro de la ciudad.
La insurgencia naranja no busca el poder por el poder, sino devolverle a la política su pulso humano. Si lo logra, Querétaro podría presenciar algo que hace tiempo no sucede: que la calle vuelva a ser el verdadero palacio del pueblo.
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