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Un huesito para llorar

Un huesito para llorar

Por Mar Morales

Tener un familiar desaparecido es un duelo interminable, una agonía constante. No se acaba ni hay dónde llorar. No tienes siquiera un “huesito” para darle sepultura. No sabes cómo seguir. Te quiebras, te levantas y vuelves a vivir con esa esperanza que hoy sea ese día que llegue la llamada, que abras esa puerta y esté ahí él, ella, ellos, ese padre, ese hijo, ese hermano, esa madre, hermana, amiga.

La crisis de los desaparecidos que enfrentamos en México nos duele a todos.  Hay más de 127 mil personas que no sabemos dónde están. Algunos están ausentes desde el sexenio pasado, otros, de años atrás. 

En 2006, el sexenio de la guerra contra el narco, hubo miles de ejecutados. Desde ahí, hasta hoy, hemos visto madres y padres con ese dolor que no termina.  

Hay colectivos de madres y padres buscadores que aseguran que existen cinco mil o más fosas clandestinas en todo el país. También en las morgues hay 72 mil cuerpos sin identificar. 

En toda esta tragedia no podemos olvidar el hallazgo del Rancho Izaguirre en Jalisco, que por desgracia se politizó y más que atender el problema real, los partidos políticos y opinólogos a nivel nacional quieren atraer reflectores, pasándose la bolita de un lado a otro, como si los desaparecidos fueron tan solo una cifras o números que incomodan.

Por otro lado, en días pasados supimos que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) tiene puesto los ojos en México e incluso el Comité contra las Desapariciones Forzadas (CED, por sus siglas en inglés) activó el artículo 34 de la Convención Internacional, pues encontró indicios de que en el país se practica la desaparición forzada de forma generalizada o sistemática.

Como era de esperarse esto trajo reacciones a favor y en contra.

Por un lado la Comisión Nacional de Derechos Humanos, con Rosario Piedra a la cabeza, puso el grito en el cielo y dijo tajante que en México no hay desapariciones forzadas y que no iban a permitir la injerencia de organismos internacionales en el país.

La misma postura tuvo la presidenta Sheinbaum, quien incluso dijo que mandó una nota diplomática para expresar su inconformidad.

El senador Gerardo Fernández Noroña fue más allá y aseguró que  era una estrategia para ‘descarrilar’ el Gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum. 

Quienes tuvieron una luz de esperanza fueron los colectivos de búsqueda de desaparecidos, que esperan que ¡por fin! el gobierno mexicano implemente una política pública que garantice la búsqueda efectiva de desaparecidos, además de que sus familias obtengan justicia.

Un tema tan delicado como este no es para echar leña al fuego ni para buscar aplausos, tal como sucedió el pasado 11 de abril, cuando los panistas, con Jorge Romero y el impresentable Ricardo Anaya a la cabeza, salieron a las calles uniformados y con banderas de su partido a exigir la renuncia de Rosario Piedra. No fue una exigencia de justicia, fue un mitin político, propaganda pura, y eso no se vale. 

Es momento de que todos tengamos respuestas certeras sobre quienes por alguna causa no han regresado a casa. No politicemos, actuemos.

Seamos empáticos con las familias que sufren y que esperan tener de su ser querido al menos “un huesito para llorar”.  

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