Un México en tiempos de Jesús - 1
Un México en tiempos de Jesús

Un México en tiempos de Jesús

Por Victoria Aburto. 

Imagina un México gobernado por alguien distinto: alguien que no se rodea de la corrupción como traje de gala, alguien que entiende que el poder es un mandato, no un privilegio. 

Si gobernara Bukele:
La corrupción caería como lluvia torrencial. Los políticos que viven del fraude y los favores se asfixiarían ante la rapidez de su mano dura. Los jueces que “solo cumplen órdenes” serían reemplazados y obligados a actuar. Los empresarios que explotan y evaden impuestos perderían privilegios de un plumazo. Seguridad y control serían palabra de orden. La acción rápida impondría respeto. No habría tiempo para excusas ni trámites burocráticos interminables. Pero la libertad de expresión se volvería un lujo: quien critique, paga.

Si gobernara Mujica:
El lujo, los excesos y la opulencia serían vergüenza pública. Los corruptos se sentirían incómodos, obligados a devolver lo robado o a vivir como ciudadanos comunes.               Los políticos que viven del lujo se sentirían como delincuentes ante su propio país. Simplicidad, austeridad y cercanía con la gente. La riqueza no se acumularía en unos pocos, sino que se compartiría. El país se llenaría de programas sociales, de educación y salud prioritarias. Pero la paciencia de la ciudadanía podría ser puesta a prueba: los cambios lentos y profundos exigen disciplina y consenso. Nadie se haría rico de la noche a la mañana, pero todos podrían vivir dignamente. La austeridad sería ley, la justicia social un mandato diario. Los políticos que se pavonean en campañas serían recordados por la eternidad… por sus actos de nada. 

Si gobernara Jesús de Nazareth:
Ética radical, justicia para los oprimidos y enfoque absoluto en los más vulnerables. La moral dejaría de ser opcional. Los líderes religiosos que bendicen impunidad y lucro espiritual serían desenmascarados. No habría lugar para privilegios ni para hipocresías disfrazadas de moral. La política dejaría de ser espectáculo y se volvería servicio genuino. La compasión y la justicia no serían opcionales: serían política de Estado. Pero, ¿sería posible sostener un gobierno así en un mundo donde la codicia, el poder y el ego dominan? ¿Cómo reaccionarían los intereses creados, las mafias del dinero y la impunidad histórica? 

Ninguno de estos líderes es perfecto. Cada uno tiene costos: Bukele impone miedo, Mujica exige paciencia y sacrificio, Jesús desafía la comodidad del ego. Pero México, por primera vez, tendría que mirarse al espejo sin filtros ni Photoshop.

Ahora mira México tal como es:

  • Políticos que prometen futuro y reparten privilegios entre amigos y familiares.
  • Empresarios que llaman “crecimiento” a la explotación y el desempleo disfrazado de productividad.
  • Medios que venden verdad como producto de lujo y silencio como negocio.
  • Líderes religiosos que bendicen impunidad mientras lucran con el miedo.
  • Ciudadanos que critican desde el sofá, se indignan en redes, pero votan, callan y aplauden lo mismo que denuncian.
  • Activistas que venden indignación al peso del aplauso.
  • Jueces, académicos y padres que pontifican sobre ética y decencia mientras sus actos los desmienten: exigen valores en la escuela que no viven en casa, dictan leyes que protegen intereses propios y callan ante las injusticias que financian su prestigio.

¿Qué pasaría si Bukele enfrentara a esos políticos?
¿Qué pasaría si Mujica pusiera orden en la riqueza acumulada y la inequidad histórica?
¿Qué pasaría si Jesús confrontara el poder con justicia radical? 

Cada uno tiene su espejo: Bukele muestra lo que puede lograr la fuerza sin límites, Mujica lo que significa la austeridad con humanidad, y Jesús lo que la justicia y el amor incondicional pueden transformar. 

Y piensa: ¿qué pasaría si gobernara cualquiera de estos tres? ¿Cuánto se atreverían a cortar de raíz la corrupción, la desigualdad y la hipocresía?
Seguramente tendríamos choques, resistencia y caos: porque cambiar México no es solo cuestión de leyes, sino de romper inercias de décadas. Pero también tendríamos honestidad radical, decisiones claras y una oportunidad de reconstruir un país que no se detenga en discursos bonitos.

La contracara de México es brutal:

  • Nadie se salva.
  • Nadie queda impune.
  • La decencia real no necesita micrófono ni uniforme.
  • La ética no se proclama: se ejerce.

México no necesita héroes de póster ni de pacotilla, ni salvadores mediáticos. Necesita líderes que se parezcan a los mejores de sus ideas: la fuerza que defiende el bien, la austeridad que sirve a todos y la justicia que no hace distinciones. 

Pero como buenos malos mexicanos, siempre inconformes, nunca satisfechos, nada nos embona, nada nos parece. 

Como en aquel juicio de hace dos mil años, el poder contemporáneo, como en los tiempos de Jesús, los poderosos de hoy se lavan las manos como Poncio Pilato mientras la multitud grita: “¡Liberen a Barrabás!” Y los ciudadanos aplauden, distraídos por el espectáculo, mientras la corrupción y la impunidad caminan libres.

¿Hasta cuándo seguiremos aplaudiendo nuestra propia decadencia?”

 

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