La próxima devastación que vendrá a Veracruz "El hambre" temen pobladores
Los frijoles se cuecen a la intemperie en la casa de María Elena Hernández mientras ella espera sentada debajo de una lona que la protege del sol. El impacto del huracán Grace en el municipio en el que vive, Tecolutla, en Veracruz, la ha dejado destechada. Han pasado más de 10 días desde que el ciclón con ráfagas de hasta 205 kilómetros pasó por allí y ella y sus nietos todavía duermen todos juntos en la única habitación que lograron emparchar después de que el viento voló las láminas que cubrían la casa. El Servicio Meteorológico Nacional pronostica para los próximos días lluvias en su ciudad. Por la tarde empezarán a caer las primeras gotas, y la lona sobre su cabeza la protegerá también del agua.
Hernández, de 71 años, vive en la colonia Las casitas, una zona de Tecolutla que se construyó tras las fuertes precipitaciones que inundaron los Estados de Veracruz, Puebla, Hidalgo y Tabasco en 1999. Aquel año, la mujer recibió su vivienda y con el tiempo le agregó otro cuarto. Desde una esquina cerca de la acera, mira los destrozos en esa casa. Las láminas que se volaron, los trozos de material que faltan, el pozo de agua apestado. “Parece que el huracán traía hambre”, dice y hace un repaso de los daños: “Mis camas están rotas, mis colchones se mojaron, la luz llegó antier, internet no uso porque soy pobre. Lo único que utilizaba era un tele, pero se rompió”. Esta pescadora, que recarga el peso de su cuerpo sobre el empeine derecho al caminar, perdió su lancha tras el huracán y su discapacidad limita ahora sus posibilidades de trabajo. Quizás cocine para los albañiles de la zona, piensa, pero no tiene el dinero para arrancar un nuevo negocio; o, aunque no quiera, quizás su nieta de 11 años recolecte basura a la playa por 200 pesos (10 dólares).
El huracán Grace impactó sobre Veracruz el sábado como un ciclón de categoría 3 y dejó, al menos, 24 municipios con daños que requieren atención “urgente”, según determinó el Gobierno. El fenómeno había evolucionado rápidamente de categoría y sorprendió a muchos de los habitantes. En Tecolutla, una punta de tierra rodeada por el agua —del Atlántico, de un lado; del río Tecolutla, por el otro— remolineó durante más de tres horas antes de continuar su trayectoria. En su paso por el sudeste del país dejó, al menos, tres muertos en Puebla y ocho en Veracruz. Seis de ellos fueron una madre de 27 años y cinco de sus hijos de entre ocho años y 15 días, que fallecieron después de que un deslave de tierra hiciera colapsar el cuarto en el que dormían en Xalapa, la capital del Estado; de esa familia solo sobrevivieron el padre y uno de los hijos.
“Era temprano cuando escuchamos un golpe”, cuenta Celso Martínez, el tío de los niños fallecidos, que vive en el terreno de al lado con su familia en esta colonia de la periferia urbana de Xalapa. Delante de su casa, pasa una calle de tierra que tras 10 minutos de lluvia se convierte en un arroyo lánguido y con las horas corre como un río. Las veces que han ido a reclamar pavimento o drenajes a las autoridades, la respuesta ha sido esquiva: “No saben si esto es de [el municipio de] Banderilla o de Xalapa”. Detrás de su lote, se alza el cerro desde el que cayó la tierra que se había acumulado tras una obra en el lote aledaño y que sepultó a sus parientes. Ahora, ese cuarto es un montón de barro, ropa y juguetes que no han sido retirados.
“No buscamos ningún responsable porque, si los buscamos, hay muchos. Tanto uno por levantar un cuartito de material, como los trabajadores que no quitaron la tierra”, apunta Martínez, de 40 años, que no suelta la sonrisa pese a todo. A las autoridades, solo les reclama una respuesta sobre su situación. La opción de que los reubiquen lejos del resto de su familia y de sus trabajos no les conviene. “A mí sí me costó poderme comprar este terrenito como para dejarlo así. En lo poquito que se ve, se ha invertido mucho”, cuenta Martínez. Pide, en cambio, ayuda para armar un muro de contención en la parte trasera de su casa. María Sonia, su esposa, apenas agrega unas palabras: “Hasta ahora, ni una ni otra cosa”.
El Gobierno empezó un censo “casa por casa” para determinar los daños, pero mientras la evaluación avanza, los apoyos llegan de particulares: 50 pesos (2,5 dólares) para la recarga del celular de una mujer embarazada o seis láminas de 380 pesos (19 dólares) cada una que ayudan, pero no son suficientes. Los vecinos rehabilitan sus casas y negocios sin tener aún los apoyos económicos prometidos. Los comerciantes han perdido sus mercancias, el marisco se ha echado a perder, las escuelas se han convertido en refugios y algunas iglesias se han caído. Muchos repiten en la zona que nunca había visto un ciclón así.
Los primeros días tras el huracán, los habitantes de diferentes municipios cortaron las carreteras para reclamar agua, alimentos y medicinas. Algunos llevaban días sin luz. La ayuda más inmediata ya había comenzado a llegar a algunas zonas a través de despensas que el Gobierno mide en toneladas: 59.000 toneladas para más de 27.000 personas hasta este viernes. De acuerdo con las previsiones de las autoridades, tras el censo, “a todos los afectados se les va a entregar un apoyo para rehabilitar sus viviendas”. Por ahora, la Marina y el Ejército reparte comidas, pero Miguel Ángel Ramírez, un lanchero que hace paseos turísticos en los manglares de Tecolutla, no puede esperar y avisa: “La economía no está como para pensar que lo vamos a solucionar solos”.
Sentado junto a otros compañeros junto al río, espera turistas que no llegan. Algunos pocos han empezado a verse en las playas, pero nada comparado con las hordas que llegaron en julio y agosto. El agua ya está limpia, aunque la mayoría de las palapas, unas estructuras con techo de palma que cuando están erguidas hacen sombra, siguen desparramadas en la arena. A las dos de la tarde, entre los 24 lancheros que son, solo han hecho cuatro viajes. “Esto nos está pegando en el peor momento porque de aquí para adelante es temporada baja”, advierte Ramírez.
El hombre compara el paso de Grace con otras catástrofes, como las inundaciones de 1999 o el paso del ciclón Dean en 2007. En esos casos, la respuesta fue “inmediata”, dice. El censo que ha iniciado el Gobierno, en cambio, cree que es “un protocolo demasiado obsoleto que no le está resolviendo nada a nadie”. Otro lanchero, Ricardo, que no da su apellido, agrega que la desaparición del Fondo de Desastres Naturales (Fonden), que el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador eliminó como parte de su lucha contra la corrupción, ha demorado la reacción de las autoridades. “Antes, durante y después de un evento catastrófico había una organización. Lo vimos, nadie nos lo contó”, afirma Ricardo, y continúa: “El Fonden iba de la mano de protocolos de seguridad y prevención para los desastres. No era nada más la bolsa de dinero”.
Ciclones más fuertes que se fortalecen más rápido
Grace fue el séptimo fenómeno de esta temporada de huracanes en el Atlántico y días después impactó desde el Pacífico el ciclón Nora, que causó al menos un muerto en Puerto Vallarta, en el Estado de Jalisco. En Morelos, tres personas han fallecido y dos están desaparecidas desde este jueves por las fuertes lluvias. La organización sin fines de lucro Climate Central ha advertido de que debido al cambio climático los próximos ciclones serán más fuertes y se fortalecerán más rápido, habrá lluvias más intensas y marejadas más altas. Aún quedan dos meses de esta temporada de huracanes.
Rafael Manzano, de 84 años, la piel marcada por el sol y los dedos grandes, huesudos, ha sacado a vender al borde de la carretera algunas de las bananas que todavía aguantan en su terreno en San Rafael, un municipio del interior del Veracruz. Calcula que ha perdido un 70% de su plantación. Los zancudos le pican las orejas cuando se adentra en su hectárea y los espanta con cuidado. Donde el calor se siente más pesado, trabaja su hijo, René, de 47 años. Las variedades de bananas más resistentes, la de Tabasco o de Oaxaca, cuelgan todavía de las palmeras y pueden rescatarse, aunque muchos están afectados. “El racimo costaba 100 pesos, pero dañado pierde su valor”, explica. Si antes hacía 2.000 pesos a la semana (unos 100 dólares), ahora venden entre 500 y 800.
René carga una carretilla llena de frutas, pero al costado del camino hay decenas de bananas verdes, de las variedades más delicadas, que el viento ha tirado. Tenían tres generaciones de fruta en crecimiento que el huracán afectó por igual. Ahora queda limpiar y resembrar. Pero no lo dice con pesar: “Sabemos que en agosto y septiembre pegan estas cosas”. El hombre cree que en un año la zona estará recuperada porque confía en que “la gente no se deja vencer”. Pero en un Estado con casi el 60% de la población en situación de pobreza el dinero no alcanza para el día. “Ya no ves moneditas para subsistir y vas con el vecino, pero tampoco tiene ahorros”.
En Tecolutla, suena el ruido de martillos y amoladoras que sigue trabajando. Fernando Santos, de 49 años, repara el techo de su casa con las láminas que recuperó. Algunas tienen agujeros, pero las coloca igual porque dicen que “el aire amenaza con regresar”. El frente de la casa, el cuarto que comparte con su hija y su esposa, ya está casi cubierto y solo una de la decena de fotos colgadas se dañó con el agua. De su cocina quedan tres muros; en uno todavía hay tres ollas de barro alineadas, lo único que parece en su lugar. Y como no hay muros, el jardín entra. La mata de hojas de palmera caídas que han amontonado llega hasta la rodilla, y por ahí andan los gallos, los gatos, los perros y el conejo. En el último cuarto de la casa, el altar ha aguantado. Le piden lo de siempre: salud, dinero y trabajo.
Santos es de pocas palabras y cuenta con un suspiro cómo se siente: “Feo”. “Lo poquito que hay ahorrado hay que sacarlo [para reconstruir]”, dice. No va a la plaza principal por la comida que reparte la Marina porque asegura que hay personas afectadas que lo necesitan más. Lo que pide, ahora, es que ya no llueva. Y mientras lo dice los truenos amenazan. Falta poco para que empiecen a caer las primeras gotas de la tarde. Al final de la calle la figura de una virgen resguarda una pila de bolsas de cemento.
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