22 días de Pandemia
Por: Ricardo Hernández
Lo más probable sea que en el transcurso de la próxima semana pueda meter a la imprenta el PDF “22 DÍAS DE PANDEMIA” (vivencias de un vendedor de libros). Considero que esta vez me divertí mucho al escribir el libro.
Fueron “días especiales”, porque como lo he mencionado en otra ocasión, es difícil estar escribiendo y pensando cuando se tiene miedo, en este caso, miedo a morir de hambre, a morir de angustia o a morir por enfermedad.
A pesar de todo algo se tiene qué hacer, en algo tenemos qué ocupar la mente.
Ya quiero tener entre mis manos el primer ejemplar impreso el cual creo haberlo hecho con amor, con paciencia, sobre todo, con dedicación; por cierto, el libro está dedicado a mi preciosa madre: MARÍA POLO.
Mi madre es mi inspiración.
Comparto con ustedes un fragmento de la historia:
Miércoles, 25 de marzo (2020).
3:54 de la tarde.
Apenas hace un par de horas me desperté de un sueño profundo que ni ganas me daban de levantarme, no había terminado de dormir a mis anchas, supongo que si abrí los ojos fue por el olor a comida que había entrado por la puerta de mi cuarto.
Mi madre ya no tardaba en hablarme, la conozco perfectamente, siempre ha tenido esa especial atención, la de hablarme hasta que la comida está lista con el propósito de sentarnos a comer juntos.
Esta vez el olor a comida era diferente de todos esos olores que durante muchos años sabían a ricos guisos, de esos que sólo mi madre los puede llegar a cocinar.
Cada vez que nos sentamos a comer, al probar un poquito de comida le digo: “Sabe muy sabroso”. Mi madre responde con un “Qué bueno que te gustó”.
Ella había preparado arroz con frijoles acompañados de una salsa muy picosa; el detalle de la salsa esta vez sí se lo hice saber, un poco molesto le reclamé: “La salsa le quedó muy picosa”.
Mi madre se justificó diciendo: “No hay tomates”, luego trató de tranquilizarme: “Te voy a servir más frijoles y arroz para que los revuelvas con la salsa”.
En lo que comíamos juntos le comenté que en un restaurante de la ciudad un señor me había platicado su gran preocupación por el problema de la pandemia causada por el coronavirus.
Mi madre no quiso hablar del tema. A través de sus ojos se podía percibir una seria preocupación. Me atreví a decirle que de momento se estaba difundiendo información sobre los últimos contagios, pero que en la ciudad apenas se conocían como seis.
Aparte, agregué a mi comentario: “El miedo es el principal enemigo del hombre”. De los ojos de mi madre salió un brillo de optimismo.
Durante la noche anterior había estado comunicándome con algunas amigas y camaradas, el propósito era saber sus impresiones acerca de este problema de salud que había afectado en gran porcentaje de su población a China, Italia, España, Estados Unidos y México.
Como medida de seguridad para protegerse del contagio del virus, hacía días que se estaba mencionando la palabra ‘cuarentena’, como una recomendación al aislamiento social.
Mi amiga Lucy me comentó que ella ya estaba en cuarentena. “¿Y tú, Richi?”, me preguntó angustiada. Le respondí que todavía tenía que hacer algunas cosas en la calle al día siguiente. Ella se sorprendió: “¡En serio!”.
No quise prolongar más la conversación telefónica con ella porque se escuchaba el sollozo de su bebé.
Más tarde me habló el camarada José. Le había estado marcando durante la tarde de ayer, pero nunca respondió a mi llamado.
Mi camarada me explicó lo que posiblemente vaya a suceder en los próximos días: “¡Prepárate!, ¡viene lo peor!”, me alertó.
Lo peor para él significa que las tiendas grandes y pequeñas sean saqueadas; que los negocios cierren por completo, incluso, que se llegue al extremo de no encontrar alimento por ningún lado. “Eso y muchas cosas más vienen en camino”, remató.
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