
La doble moral no se titula de Victoria Aburto
La doble moral no se titula
Hemos visto desfilar, una y otra vez, a falsos defensores de derechos humanos que se erigen como guardianes de la verdad… hasta que tocan el poder. Entonces, la justicia que exigían se convierte en una amenaza para ellos. Porque señalar desde la calle es fácil. Lo difícil es administrar con honestidad, negociar sin soberbia y sostener una causa con seriedad cuando las cámaras se apagan.
Para muchos de estos personajes, la justicia solo es buena cuando se aplica a otros. Cuando les toca a ellos, la descalifican. Y así, pervierten las causas legítimas, prostituyen la lucha social y manchan la credibilidad de los verdaderos activistas que trabajan desde la gestión, no desde el espectáculo.
Tener un altavoz no te convierte en defensor de nada. La diferencia está en la ética, en la capacidad de transformar la queja en solución, en la inteligencia para negociar sin claudicar principios. Se gana más con miel que con hiel, porque el respeto abre puertas donde el insulto solo levanta muros.
Pero claro, es más rentable apelar al odio. Hay quienes han hecho del miedo, la intimidación y la polarización su arma favorita. Saben que en el río revuelto del escándalo, los argumentos pierden peso. Se escudan en la voz estridente para encubrir su falta de resultados, y apuestan al linchamiento social como venganza disfrazada de justicia.
Dicen respetar la diversidad de pensamiento, pero solo a conveniencia. Quién no está con ellos, contra ellos está. Quien no se somete a ellos, les resulta enemigo. La pluralidad que predican se les acaba cuando alguien no les rinde pleitesía. Les molesta más una opinión libre que un acto de corrupción, aunque digan lo contrario. Y es ahí donde la doble moral se les escapa por los poros.
Hay una frase trillada que a muchos les acomoda: “calladita te ves más bonita”. Pero quienes hemos hecho de la palabra un acto de dignidad, sabemos que el silencio no es opción. Eso sí: también sabemos que gritar por gritar, sin argumentos, es tan inútil como callar por miedo.
No se puede hablar de justicia ni de derechos humanos mientras se pisotean en nombre propio. No se puede exigir justicia si no se está dispuesto a vivir bajo sus reglas. La coherencia es incómoda, pero es la única defensa real contra quienes se disfrazan solo para usar las causas como moneda de cambio.
Hoy resulta curioso —y también revelador— que quienes señalan con dedo inquisidor a aquellos que no estudiaron comunicación, sean los mismos que tampoco tienen dicha formación, pero sí presumen acreditaciones de medios. Entonces, ¿cuál es el verdadero problema? ¿La falta de un título o el hecho de que quien escribe no se doblega ni por miedo ni ante intereses incómodos?
Portar una acreditación no te convierte, pero tampoco te excluye si tu trabajo, tu congruencia y tu ética lo respaldan. Lo que te define no es el papel que colgaste en la pared, sino la coherencia entre lo que dices, escribes y defiendes. El problema no es la ausencia de un título universitario. El problema es la abundancia de hipocresía.
Hay quienes han hecho de las causas sociales un trampolín para su propio ego. Y cuando logran una pequeña cuota de poder, lo primero que olvidan es la esencia de la lucha que los llevó ahí. Exigen justicia, pero solo cuando les conviene. Señalan a otros por “pseudo” o por “usurpar” funciones, pero callan cuando se ven reflejados en el mismo espejo.
Hemos visto casos concretos: organizaciones como ARELIDH o las Bases Magisteriales, donde sus supuestos líderes terminaron expulsados por desvío de recursos. Resultó que la justicia era buena mientras no se aplicara en su contra. Lo mismo ocurre con quienes ahora se desgarran las vestiduras, olvidando que mientras el poder estaba de su lado, el poder era bueno, o porque alguien ejerce sin título universitario, mientras hacen exactamente lo mismo, solo que desde el privilegio de creerse incuestionables.
El activismo y el periodismo comparten un principio innegociable: la credibilidad. Y esa no se compra ni se presume, se gana. No se grita para compensar la falta de resultados. Se construye con hechos, con argumentos sólidos, no con campañas de linchamiento.
Se dice que se obtiene más con miel que con hiel, y es verdad. Pero también es cierto que, cuando la hipocresía se disfraza de integridad, hay que responder con contundencia. No con insultos, sino con congruencia. Porque la educación con la que se exige respeto, habla de quien pide. Pero la forma en la que se responde dice mucho más de quien gobierna, de quien denuncia y de quien finge defender lo que nunca entendió.
No, no se necesita un título para decir la verdad.
Lo que se necesita… es no tener precio para venderla.
Comentarios